sábado, 18 de septiembre de 2010

El corazón: lo que determina el fruto de tus dones

Por Pr. Mauricio Alvarez

Dones… a todos nos ministran, a todos nos gustan, todos los queremos. Los dones son un regalo sobrenatural de Dios, que nos permiten mostrar un poco de su gloria en la tierra, permitiéndonos hacer en Su poder, cosas que nunca podríamos hacer en nuestras propias capacidades. Dios los dio a la iglesia para que ésta los utilizara abiertamente en el establecimiento del Reino y cumplir la Gran Comisión.

Al entregarle nuestra vida a Dios, junto con el Espíritu Santo El nos da al menos un don. El los reparte y El los respalda. Los dones provienen del cielo y tienen un impacto en la tierra: producen la edificación del cuerpo y el alcance de los perdidos.  No podemos elegir los dones, Dios los da según su criterio, en gracia y misericordia,  pero lo que nos da es tal cual lo que necesitamos para cumplir la tarea que nos encomendó. Los dones son distintos y diversos para que nos complementemos como cuerpo de Cristo.

Usualmente cuando pensamos en los dones lo asociamos a la unción o poder sobrenatural dado por Dios, que nos lleva a desarrollar un talento o destreza al máximo.  Vemos los dones con la finalidad de realizar una tarea específica con excelencia y de forma extraordinaria, pero pocas veces notamos que en realidad el desarrollo del don y su fruto tienen que ver con el corazón. Si, el corazón es determinante para un resultado a 100 por uno. En la Parábola de los Talentos de Mateo 25.14-30 (parábola que todos utilizamos para referirnos a ellos) Jesús nos da una gran lección de la importancia del corazón adecuado para la ejecución de los dones y el alcance de resultados.

Luego de haber entregado los dones, según su capacidad, a cada uno, el Señor regresa y pide cuenta a sus siervos.  Tanto el que había recibido cinco talentos como dos, volvieron con una multiplicación al 100%, y la respuesta de el Señor fue: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor” Mt.25.21 y 23. Note que lo primero que el Señor dijo no fue: Excelente! Has multiplicado al 100%!... lo primero que Jesús dijo fue bien, buen siervo…” Lo primero que El Señor hizo fue afirmar a la persona en que era BUENO. Jesús nos enseña una ecuación básica de Reino: un buen corazón produce un buen fruto.

La expectativa de Jesús no era que las personas produjeran tanta cantidad de resultados o fruto, la expectativa de Jesús era que produjeran, como mínimo, el interés que daría un banco y de ahí hacia arriba. Pero su principal apuesta no era a cuanto se multiplicaba, sino a que lo multiplicaba.  Un corazón bueno asegura que lo que se multiplica será bueno.

Jesús apuesta a nuestro corazón, a un corazón bueno, que es la plataforma, el terreno fértil en donde el puede invertir buenos dones y talentos, sabiendo que ese corazón bueno producirá un fruto bueno.
Es tan determinante el corazón que cuando el Señor recibe al tercer siervo, el que escondió su talento, le dice: “siervo malo y negligente…” Mt. 25.26.  El siervo tenía un corazón malo, por lo tanto su actuar era malo, con negligencia y sin preocuparle los intereses del Reino. El Señor nos ha dejado una tarea en la tierra, somos sus hijos y embajadores, para llevar la palabra hasta lo último de la tierra.  Nos ha dotado de dones y talentos sobrenaturales para que cumplamos su plan.

A nosotros nos toca:
1.     Cuidar de sus intereses y su plan
2.     Vivir como siervos y amar obedecerle
3.     Transformar nuestro corazón para que El lo pueda utilizar
4.     Ser diligentes en la tarea (honrando la confianza otorgada)
5.     Dar un fruto bueno
6.  Obedecer y agradar a nuestro Rey, que El sea visto y glorificado es la motivación que nos hace desarrollar un corazón bueno, sobre el cual El va a darnos de sus dones de acuerdo a nuestras capacidades, según la etapa de vida en que estamos, que va a producir un fruto bueno y agradable. 

De una manera practica y gráfica esta sería la ecuación:

Siervo + Corazón bueno +  dones  =  fruto bueno
Glorificar a Dios y establecer su reino

Conclusión:
El ser siervos obedientes a Dios transforma nuestro carácter y nos da un corazón bueno. El corazón bueno es el lugar en donde Dios confía sus dones y recursos, y este corazón bueno produce un fruto bueno. El Señor no mira tanto la cantidad de fruto, como que éste sea bueno, porque un fruto bueno siempre se multiplica, glorifica a Dios y establece su reino en la tierra.